Fui por la cuestión histórica y me marché con el corazón lleno de gente: a propósito de Helke Misselwitz
Siempre he mantenido una relación especial con los filmes realizados en la época en que vine al mundo y, en especial, con aquellos que se refieren a mi cultura; es como si portasen un secreto del que yo no debería enterarme. Supe de ellos por los sonidos que pude oír pero no entendía, y por los rostros que veía pero cuya expresión era incapaz de interpretar por entonces. Esas cintas me permitían existir una vez más, no como la persona que yo pensaba que era, sino como una parte minúscula de unos mecanismos mayores, e hicieron que me diese cuenta de quién soy.
Helke Misselwitz rodó algunas de sus obras más logradas en torno a la época en que yo nací, la cual coincidió con la llamada reunificación de la República Democrática Alemana y la República Federal de Alemania: la caída del muro de Berlín. Filmes como Sperrmüll, Winter Adé o Wer fürchtet sich vorm schwarzen Mann, que documentan los últimos días de un país que agoniza, me dicen más de la vida en Alemania Oriental de lo que me haya enseñado nunca mi formación germanooccidental. Son cintas que dejan constancia de un mundo que está cambiando y que pueden describirse como viajes por un país que ya no existe.
Con todo, es mejor no bajar la guardia porque, aunque Misselwitz es una cineasta que se asocia con facilidad a la DEFA y a una potente doble emancipación, referida a un pueblo y a la mujer en particular, sus películas resultan mucho más complejas que las consignas políticas bajo cuya bandera se realizaron. Una y otra vez, me las he encontrado en un contexto más o menos político o histórico, y siempre he acabado anonadado por su absoluta franqueza, curiosidad y brillantez formal. Yo iba por la cuestión histórica y me marchaba con el corazón lleno de gente.
Misselwitz, que nació en Zwickau en 1947 (un año antes de que viese la luz la obra de Rossellini Germania anno zero), ha seguido una trayectoria bastante inusual dentro del sistema profesional reglado de la RDA. Antes de estudiar en la escuela de cinematografía de Babelsberg, la directora ya se había formado como ebanista y fisioterapeuta; también trabajó como moderadora para televisión, profesión que debe de haber influido en el papel que ella misma desempeña en sus películas, ya que no es, en absoluto, una observadora muda. Así, muchos de sus filmes se benefician sobremanera de su presencia tras la cámara, junto a ella o incluso ante ella. No entrevista a sus protagonistas: se topa con ellos. En su trabajo documental existe cierta timidez de los protagonistas hacia la cámara, pero también cierta intimidad entre la realizadora y esos mismos protagonistas. Son infinitas las metáforas con las que se ha intentado describir la relación entre el director y sus personajes principales, pero ninguna me ha convencido tanto como la que suscita una escena de la magnífica Winter Adé de Misselwitz. En el filme se hace un recorrido en tren desde el lugar de nacimiento de la autora, Zwickau, hasta el mar Báltico. Por el camino, la realizadora habla con varias mujeres de la vida y el trabajo de estas bajo el socialismo. En unas bodas de diamante conversa con los dos ancianos cónyuges; de repente la vemos bailar con el marido y hablando con él, en algo que constituye una suerte de entrevista pero hecha bailando. Un momento así describe a la perfección la perspectiva adoptada por Misselwitz: danzar con la gente.
Todas las personas a las que filma interactúan con ella. En Wer fürchtet sich vorm Schwarzen Mann, Misselwitz le toca los tatuajes a uno de los proveedores de carbón. La responsable de la empresa en Prenzlauer Berg (Berlín), a quien está retratando, le dice a la realizadora cuándo cortar. No es solo que su presencia se deje sentir a cada segundo: es que resulta esencial en ese enfoque tierno y directo que adoptan sus películas. Misselwitz es una cineasta que entiende la política a través del intercambio humano y simplemente mirando las cosas como ella las percibe. No se trata de elaborar argumentos, se trata de mirar. Muy a menudo emplea dos hilos paralelos en sus filmes, de los cuales uno se refiere a la manera de mirar algo y el otro muestra cómo es ese algo en realidad. En Aktfotografie – z.B. Gundula Schulze intercala reflexiones sobre la representación de la mujer en la fotografía comercial e imágenes de mujeres haciendo su vida diaria. Después de zambullirse en las celebraciones de las bodas de diamante de Winter Adé, mantiene otra conversación con la esposa en la que se entera de las traiciones del marido y de la falta de amor en lo que parecía ser una relación bien bonita. Además, la directora graba televisores repetidamente, insertando relatos y medios oficiales en un mundo contradictorio.
Misselwitz, que crio a su hija mientras vivía en una pensión, cursó estudios de cine, pero decidió hacerse autónoma tras su paso por las aulas, empresa sumamente inusual y arriesgadísima en la RDA. En la década de 1980 realizó algunos cortos documentales fascinantes, ya que al principio el sistema cinematográfico de Alemania Oriental, dominado por varones, se interpuso en la senda que debería llevarla a convertirse en realizadora de largometrajes. No fue hasta más adelante cuando trabajó con el famoso director de la DEFA Heiner Carow y, tras el colapso de la RDA, tuvo la posibilidad de realizar largos; con todo, como suele ocurrir, de su lucha surgieron algunas de las películas más potentes que se hayan hecho en la RDA.
Tomemos su corto Marx-Familie, por ejemplo. En esta cinta, hecha por encargo para el centenario del nacimiento de Karl Marx, Misselwitz combina textos personales del filósofo y su mujer, referidos a sus pobres condiciones de vida, con fotografías históricas e imágenes filmadas de un piso abandonado de Berlín Oriental. Esto último es muy típico de las minuciosas observaciones que hace de muebles, habitaciones y objetos pequeños que hoy se han transformado en extraños recuerdos cargados de nostalgia. El filme describe una ausencia de personas, pero también de utopías. Sus películas parecen decir: ¡Mira! ¡Así es el aspecto que tienen las cosas! Al igual que la mayoría de sus trabajos, este puede entenderse como el retrato de unas personas que viven a la sombra de la historia. Misselwitz crea instantáneas de los tiempos y sus cintas cabe verlas como fotografías en movimiento. Muy a menudo, a aquellos a los que está filmando les pide, literalmente, que se pongan ante la cámara como si fuera para una foto; pero aun así ellos se mueven, están vivos, en lugar de ser fantasmas de un pasado que apenas podemos ya aferrar. Esto queda bien patente en una obra como 35 Photos: esta película, hecha por encargo con motivo del trigésimo quinto aniversario de Alemania Oriental, retrata a una mujer nacida en el año en que se fundó la RDA a través de treinta y cinco fotografías y algunas imágenes en las que ella las comenta.
A Misselwitz le importan aquellos cuya vida no se corresponde con el relato oficial de la RDA, con sus familias felices, entornos laborales sanos e igualdad entre los sexos. En sus filmes yo conocí a los divorciados, los perdidos, los pobres, los trabajadores, los marginados y los gamberros; ella les da voz a aquellos a los que se les pidió que permanecieran callados. De este modo, la realizadora capta todas las grietas e incongruencias de un sistema destinado a fallarle a su gente. Sin embargo, ello no carece de sus ambivalencias, ya que las cintas también prefiguran los aspectos negativos de una unificación alemana aún no superada por una sociedad que parece políticamente dividida hasta el mismo día de hoy.
Misselwitz no fue la única artista que les dio voz a las mujeres que trabajaban y vivían en la RDA; estaba, por ejemplo, Maxie Wander, que publicó una importante obra titulada Guten Morgen, du Schöne, en la que diecinueve mujeres de distintas edades hablan de su vida. En Alemania empleamos el término ungeschminkt para describir algo descarnado y carente de adornos; su traducción literal es «sin maquillaje», doble connotación que se ajusta muy bien a los retratos de mujeres de las cintas de Misselwitz. De alguna manera, ella crea un espacio de protección ante la cámara en el que las mujeres por fin sienten libertad para expresar sus opiniones. Por otro lado, películas como Winter Adé o 35 Photos también tratan del acto de narrar uno su vida: nos enfrentan a la inevitabilidad y la impotencia de las palabras y constituyen historias orales que se aferran al efecto emancipador del habla. Los filmes de Misselwitz concuerdan rotundamente con aquellos versos de Bertolt Brecht: «Scheue dich nicht zu fragen, Genosse! / Laß dir nichts einreden / Sieh selber nach! / Was du nicht selber weißt / Weißt du nicht» («¡No temas preguntar, compañero! / ¡No te dejes convencer, / compruébalo tú mismo! / Lo que no sabes por ti / en realidad no lo sabes»). En los ojos de sus protagonistas, sobre todo en Winter Adé, existe la firme convicción de que el cine puede ayudarles. Creen en la verdad. Puede resultar ingenuo, pero es bonito y sincero.
La historia siempre se ha movido más rápido que el cine. Esta idea queda bien patente cuando la confrontamos con un cambio tan profundo como la caída, no tan definitiva —de lo que tenemos que enterarnos más de treinta años después—, del telón de acero. La Historia no tiene final, y ningún medio lo ha demostrado mejor que el cine, que está, en sí mismo, siempre en movimiento. Los tiempos están cambiando, siempre. En Sperrmüll, los acontecimientos que conducen a la unificación de Alemania Oriental y Alemania Occidental le tomaron la delantera a la idea original de retratar a músicos jóvenes y ofrecer una imagen auténtica de la juventud de la RDA; en lugar de esto último, más o menos durante el rodaje cayó el muro de Berlín y la película, siguiendo estos acontecimientos, se transforma en un documento sobre identidades perdidas y muchachos inseguros respecto a lo que hacer con las nuevas oportunidades que se les presentan y sus utopías perdidas.
Así, pues, ¿qué puedo aprender yo de esas cintas acerca de la época en que vine a un mundo de cambios? Principalmente, que esa época aún no ha terminado porque se encontraba entonces y se encuentra ahora ocupada por personas, interacciones humanas y sus historias de intentos de supervivencia. De una manera conmovedora, pero nunca sentimental, Misselwitz capta la pequeñez de los humanos que se enfrentan a la vida y, de este modo, revela su grandeza.