Sombras 01. Los cortos de Tony Román
por Pepe Coira
“Anoche estuve en el reino de las sombras”. Máximo Gorki
En junio de 1936 la revista Cinegramas inició una sección, “Galería de valores nuevos”, que buscaba dar a conocer a los cineastas emergentes más inquietos y prometedores, los que habían de definir el futuro cine español. La sección sólo tuvo tres entregas. Al mes siguiente de empezar, empezó también la guerra civil y Cinegramas desapareció como tantas cosas desaparecieron. Es curioso que de aquellas tres entregas las dos primeras estuviesen dedicadas a dos orensanos. Tony Román y Carlos Velo, con cortos como Canto de emigración y Saudade, estaban a la vanguardia del cine español.
No eran los únicos gallegos que andaban por allí. Aquel mismo mes de junio José Suárez, el gran fotógrafo, estaba rodando una película, Mariñeiros, llamada a ser un documental sublime. Y los hermanos Barreiro, que unos años antes habían desarrollado su propio sistema de cine en color desde Pontevedra (!), acababan de producir un singular film político: Por una Galicia mejor.
Este poderoso grupo de cineastas no tuvo apenas contacto entre sí. Y, sin embargo, tenían mucho en común. Habían nacido en la misma época, eran gente joven de clase acomodada que sentía el impulso, entonces rarísimo, de hacer un cine emparentado con lo más vibrante que venía de fuera. Y lo que es igual de importante: todos ellos buscaron cerca, en Galicia, el tema y el contenido de sus películas. Trabajaban desde una doble o triple periferia: desde la periferia de una industria, la española, ya de por sí periférica, con escasos medios y en formato corto, sin apenas acceso a las salas cinematográficas; y lo hacían en una época y desde un territorio que ni económica ni culturalmente se permitía soñar con tener un cine propio. Y aun así, lo hicieron. Brevemente. Fugazmente…
La fugacidad es algo que también tuvieron en común las apuestas de aquel grupo de cineastas. Cada uno a su manera, todos se vieron zarandeados por la guerra. El prometedor futuro que se vislumbraba aquel junio de 36 se rompió. Y con él las obras de aquel tiempo. De las cuatro películas citadas más arriba sólo se conserva, fragmentariamente, la de Carlos Velo. De las restantes quedan –y no es poco- vestigios que permiten hacer memoria, imaginar la pérdida.
De eso precisamente trata esta nueva sección de Play-doc.
Sombras es un espacio que el festival abre a la memoria del cine que aquí y antes se hizo con tanto empeño y talento. Películas que son huellas de un pasado –no sólo el de los años de la República, también la época del cine mudo, la eclosión de los sesenta…- que quizá por sernos tan próximo tenemos desatendido, pero que está plagado de trabajos estimulantes, imprevistos, singulares. La idea es traer a la pantalla la obra de cineastas que nos merecemos recordar.
Vamos a empezar por Tony Román.
Más conocido como Antonio Román, nuestro protagonista pasaría a la historia del cine español como uno de los principales representantes del primer cine franquista. Él dirigió algunas de aquellas películas de los años cuarenta –como Escuadrilla o Los últimos de Filipinas– hechas a mayor gloria del nuevo régimen. La notoriedad que entonces alcanzó acabaría eclipsando el resto de su filmografía, en la que hay films tan notables y poco convencionales como Intriga, Madrugada, La casa de la lluvia o La fierecilla domada. Y aún más olvidada quedó la primera época de un cineasta que entonces no se llamaba Antonio, sino Tony.
En aquel artículo que Cinegramas le había dedicado en 1936, se hablaba de él como un caso único en España, un hombre que había empleado sus años de juventud exclusivamente en el estudio del cine. En su perspectiva vital no cabía nada más. Tony Román personificaba la pasión por el cine más moderno, por las vanguardias, por el cine puro…
En aquellos años treinta, los de su formación, Román combinó la crítica en revistas especializadas con la producción de cortometrajes. En ambos terrenos mostraba la ortodoxia de quien tiene referentes claros, grandes maestros como Eisenstein, Dovjenko, Ruttmann, Flaherty…
En la primera de las dos sesiones que dedicamos a los cortos de Tony Román vamos a revisar el grueso de su trabajo en aquella época, empezando por Ciudad encantada (1936), una fábula sobre el enfrentamiento entre la ciudad y el campo, entre la cultura académica y la popular. Es tentador pensar en esta película como la proyección del propio Román, que prestó atención a la vida campesina desde la distancia de un hombre esencialmente urbano, de gustos sofisticados. La película donde esa atención alcanzó los mejores frutos es la otra gran protagonista de esta sesión: O carro e o home, un maravilloso film etnográfico que Román rodó en 1940 en tierras de Lobeira, de la mano de Xaquín Lorenzo. La colaboración de éste fue determinante. Xaquín Lorenzo había dedicado años al estudio del carro en el rural gallego y era en su aldea, con sus vecinos y amigos, donde se rodaba la película. O carro e o home es el resultado de que se juntasen quien sabía qué contar con quien sabía cómo hacerlo.
Entremedias de estas dos películas hizo otras, la mayoría de ellas desaparecidas, pero que vamos a recordar en esta sesión: Al borde del gran viaje, Mérida, Barcelona ritmo de un día… Junto a ellas, vamos a saber de una película que no llegó a hacerse, Rías bajas, documental sobre la vida marinera en Galicia que tenía reminiscencias de Hombres de Arán, o de las pruebas da cámara que Román había comprado para poder hacer cine por su cuenta. El cine que hizo y el que no hizo, lo que queda y lo que desapareció de aquel tiempo de promesas y tragedias es el material del que está hecha esta primera sesión.
La segunda sesión va dedicada exclusivamente a Canto de emigración (1935). Canto de emigración. Romance en imágenes sobre motivos gallegos, que ese es el título completo, fue la primera película profesional de Tony Román. Inspirada en un dibujo de Castelao, la película contaba el drama de la emigración galega emulando a los grandes cineastas soviéticos. Aspiraba a ser un ejemplo de cine puro, como podía serlo la Romanza sentimental de Eisenstein, un cine sin palabras en el que imágenes y música entrasen en íntimo diálogo.
Cuando Canto de emigración se estrenó fue saludada, en círculos cineclubistas, como una depurada obra de la vanguardia cinematográfica e ignorada en los circuitos comerciales. La diplomacia vaticana la calificó de comunista. La revista Nós le dedicó palabras de elogio en una de las escasísimas referencias al cine que hizo a lo largo de su historia… Y a continuación desapareció.
Canto de emigración es una joya perdida del cine gallego. Entonces, ¿qué vamos a ver?
De Canto de emigración se conservan varias fotografías, un esbozo de guión y la partitura que el músico tudense Teódulo Páramos compusxo especialmente para ella. No son materiales suficientes para recuperar la película, pero si para evocarla. Con la colaboración de la Orquesta Clásica de Vigo, que interpreta en directo la banda sonora del film, vamos a imaginar lo que Canto de emigración pudo ser. Como si la sombra de aquella película llegase á pantalla.