Calpurnio

Primera retrospectiva internacional

Cuttlas Microfilms

Tributo al genio incomparable de Calpurnio

No sé si es posible hablar de una obra de Calpurnio en singular. Es verdad que la omnipresencia del Cuttlas es total a lo largo de toda su trayectoria creativa, pero estudiando la obra de Calpurnio, parece como si esta serie fuera tan solo el catálogo de esa pulsión que le llevaba a crear prolíficamente, a buscar cómo expresarse en todas las formas del arte. En las páginas de Cuttlas encontramos todas sus obsesiones, reflejadas con ese minimalista trazo que reivindicaba la narración como esencia de la historieta, que jugaba con la composición buscando nuevas dimensiones a las posibilidades que daba la página, exprimiéndola para sacarla de su canon con la facilidad con la que reescribía los tópicos del western. Le gustaba la música tecno y allí aparecía con reiteración la referencia a Kraftwerk; era aficionado el cine y sus historietas eran pasiones dibujadas por el octavo arte; le fascinaba la ciencia y Cuttlas actúa muchas veces como curioso descubridor de los misterios que desentrañan la física, la química y las matemáticas. Una ecuación podía ser personaje de una de sus historietas, mientras que una partícula subatómica podía compartir escenarios con complejos poliedros. Pero si se da un paso atrás mientras miramos cómo se construía la serie de Cuttlas, veremos sorprendidos que esa página era tan solo una de las caras de un teseracto en continua rotación, en expansión eterna movida por una curiosidad infinita. Y, en ese movimiento perpetuo, descubriremos que esos dibujos de trazo en apariencia infantil eran proyecciones multidimensionales de su avidez creadora. Porque ya en esas primeras páginas del vaquero, vemos las ilustraciones que hacía para el Heraldo de Aragón en los 90, historietas que eran primas hermanas, o indicios de los murales que pronto comenzó a hacer con esos motivos matemáticos que impregnarían toda su obra en el futuro.

Todo mientras Cuttlas no dejaba de cabalgar ya no solo por los desiertos del Oeste americano, sino por universos y mundos cada vez más extraños, pero sorprendentemente cercanos y reconocibles. Comenzaba a moverse por otros géneros del cine y las viñetas eran objetos en tensión tetradimensional que pedían a gritos salir de la página para expandirse por el tiempo, conformar una película que podía ser simplemente la unión de un montón de dibujos, de cinco docenas de folios que estaban llamados a convertirse en fotogramas de una filmación casera de super-8 pero que terminaron, vía Praga, en microfilms que consiguieron llevar a la pantalla algo que los lectores ya imaginaban: que Cuttlas se movía con naturalidad entre las viñetas. Pequeñas películas que condensaban el espíritu de constante exploración manteniendo fidelidad al minimalismo gráfico, pero sin renunciar a la ambición panóptica de la realidad: El enigma poligonal recorría sin complejos la matemática de la realidad para encontrar en los patrones hipnóticos una forma de evasión. Pero siempre, sin renunciar a esa plasticidad orgánica del dibujo a mano que conectaba el papel con el acetato de la película, o quizás simplemente con nuestro pasado: lógico es que las películas de Cuttlas terminaran también en versión Cine-Nic, emparentándose con la obra eterna de Escobar, el gran genio de Bruguera.

Pero la necesidad de descubrir le llevaba a la electrónica y a la informática: los personajes extraterrestres de la serie del vaquero, que los había, claro (y en búsqueda cercana del sentido de la existencia, no crean, rozando el 42), ya avanzaban con su cabeza en forma de pantalla que estas tenían que formar parte de su experiencia creativa. Encontró en el vídeo un espacio de experimentación con las texturas, que salieron por las viñetas del Proyecto X en forma de collages que actualizaban la obra de Max Ernst con el ruido blanco que estaba llamado a contaminar el siglo XXI. Lo conectó con la música reconvirtiéndose en videoDJ que trazaba las líneas a otros mundos que, de nuevo, se proyectaban en las páginas de Cuttlas, siempre atento al continuo devenir de su creador, descubriendo que el collage podía romper la estática de la página impresa para convertirse en pura dinámica en constante trasgresión.
Lógico es que, con tanto ir y venir por música, cine y cómic, encontrara espacio propio en la imagen del Festival Play-Doc de Tui, como una especie de intersección perfecta donde sus intereses se unían en una imagen única. Quizás la localidad pontevedresa sería el lugar perfecto para que Don Cenizo montara el Hotel Infinito de Hilbert que le sirvió para tener puertas suficientes en las que ir depositando sus intereses creativos. Mundo Plasma era más que un cómic, era un pliegue en el espacio tiempo que permitía contener toda esa explosión de imaginación que este pequeño mundo tridimensional a duras penas podía albergar.

Pero lo más fascinante de todo es que toda la obra de Calpurnio está conectada: ese cubo en cuatro dimensiones que nos había hecho sospechar que toda su obra está cableada es tan solo una proyección más de una obra que se mueve por infinitas direcciones. El mural que habita una cafetería en el IVAM se conecta con una ilustración de La Odisea, que a su vez deja un trazo que sale por un cartel de apariencia publicitaria pero cuyos personajes están en diálogo con los de una página del Cuttlas, en la misma viñeta que una mosca revolotea desde El Flayer para posarse en el mundo real en el Jaume I tridimesional que se exhibía en las calles de su València adoptiva, mientras la música electrónica rompe el silencio y dibuja texturas extrañas en el cielo que resultan venir de una sesión de VJ, dibuja el infinito en la misma página que el extraterrestre 37 proclama su amor.

De repente, somos conscientes de lo limitada de nuestra percepción, de que es imposible poder asimilar la grandeza de una creatividad del tamaño de un universo, del mundo inabarcable de Calpurnio.

Álvaro Pons