Bernardino de Lamas

Sombras 02. Bernardino de Lamas, cineísta
Por Pepe Coira

«Ayer estuve en el reino de las sombras.» Máximo Gorki

Sombras es el espacio que abrimos el año pasado para la memoria del cine más cercano y, sin embargo, a menudo olvidado. En esta segunda edición devolvemos a la pantalla a una figura no ya olvidada, sino casi completamente ignorada: Bernardino de Lamas.

El responsable de su recuperación y del programa que presentamos es Manolo González, quien en los últimos años ha sumado a su activismo cinematográfico—decisivo en la configuración del cine gallego contemporáneo—un excelente trabajo como investigador del pasado, centrándose en figuras como José Gil, Rey Soto y ahora el caminante Bernardino de Lamas.

A propósito de Bernardino de Lamas[1]
Por Manolo González

En el primer tercio del siglo XX, el cine documental en Galicia dejó algunos hitos notables, desde los primeros profesionales como José Gil, Rey Soto, los operadores del cine por correspondencia, los hermanos Barreiro, hasta los tres grandes de la época republicana: José Suárez, Carlos Velo y Antonio Román. El denominador común de sus diversas trayectorias es la aspiración de registrar un retrato más o menos ajustado del presente de Galicia desde distintas perspectivas, siempre mediante tecnologías profesionales.

Rara vez se ha valorado el punto de vista del amateur, aquel que, como indica su raíz latina «amare», hace algo por gusto, por puro amor. También ha sido objeto de análisis entre especialistas[2] la distinción entre el cineasta amateur y el cineísta doméstico o familiar. Ambos mantienen actitudes radicalmente distintas ante la filmación y las propias imágenes. El cineasta amateur pretende producir una película de calidad y con ambición narrativa, como, por ejemplo, José Ernesto Díaz Noriega. Para ellos, el cine es un fin, una forma de vida que a menudo se confunde con la propia existencia. Mientras que el cineísta familiar o doméstico no pretende siquiera hacer una película, sino «atrapar la vida» de su entorno privado o familiar, sin transmitir la sensación de un relato concluido. Su campo de acción queda limitado a lo doméstico, pues el resultado carece de valor comercial.

Este es el caso que nos ocupa. Para el cineísta[3] Bernardino de Lamas, el cine es una faceta más de su devenir vital, una herramienta funcional y complementaria. Bernardino es uno de los siete seudónimos de Alfonso Piñón Teixido, periodista itinerante, montañista empedernido, esperantista, vegetariano y galleguista que recorrió Ferrolterra y toda Galicia con su Pathé Baby entre 1924 y 1935, filmando casi 300 bobinas de 90 segundos en formato 9,5 mm.

Filmar en 9,5 mm

De esta singular producción de nuestro «homo viator» (el hombre que camina), la Filmoteca de Galicia conserva 90 bobinas, de las cuales hemos seleccionado 22 para ser estrenadas en Play-Doc. Antes de la proyección, ofreceremos algunas claves sobre este personaje tan singular, esquivo y huidizo, casi materia de psicología, por su capacidad de esconder una compleja vida personal.

Su cine replica los eslóganes publicitarios de la cámara Pathé Baby, que llegó a Galicia en la Navidad de 1923-1924: «Recuerde que el tiempo pasa y que puede detenerlo». «Verdadero archivo viviente de sus horas felices». «Es el pasado que revive».

En aquella época filmar no era fácil: las cámaras eran pequeñas (600 gramos) y funcionaban con una manivela manual. Dos vueltas equivalían a 14 fotogramas y un segundo de película. Esto dificultaba el encuadre, pues había que girar la manivela a una velocidad constante. El trípode era obligatorio para evitar que la imagen saliera movida. Además, las bobinas de 9 metros solo permitían una filmación continua de minuto y medio. El visor metálico desplegable, que cumplía la función de visor rudimentario, provocaba errores de paralaje en el encuadre, alterando a menudo la composición y cortando a las personas por arriba o por abajo. La mayor parte de las bobinas fueron filmadas en las primaveras y veranos de Ferrolterra.

Por otro lado, Bernardino de Lamas es un cineísta dominical, ya que sus filmaciones coinciden con rutas o actividades programadas los domingos y festivos. De ahí que las personas que aparecen en sus películas vistan con cierta elegancia, incluso las clases populares.

El cine de Bernardino de Lamas

Bernardino actúa como un pescador compulsivo de momentos felices. Pretende embalsamar vivencias efímeras e incluso hibernar el tiempo, para garantizar la permanencia emocional de esos instantes fugaces de plenitud: entre amistades, mujeres y montañas, mares y acantilados, personas, gestos y actitudes. En todas abundan los mismos motivos, reiterados una y otra vez: excursiones, romerías, meriendas campestres, paseos y conversaciones, músicas y bailes de gentes que cantan, bailan y ríen mirando a la cámara.

Bernardino hace lo posible por integrar el fluir de esa vida en el plano, girando la manivela mientras da instrucciones básicas a sus «actores y actrices». Sus filmes recuerdan la frontalidad del llamado «modo de representación primitivo». Son las personas las que se mueven con dinamismo dentro del encuadre, mientras miran y sonríen al camarógrafo, lo que provoca una sensación de espontaneidad y de transgresión involuntaria de los principios clásicos de la transparencia. Pura improvisación. Monta en la propia filmación mediante corte simple, al tiempo que gira la manivela, como si tomara fotografías en secuencia, lo que los franceses denominan «tourné-monté».

Pero ese almacén de efímera felicidad congelada en el tiempo y que pretende poner fin al constante devenir de la existencia—incluso conjurar la muerte—acaba mostrando un contraplano melancólico, incluso trágico. Lo sentimos al saber que varias personas que aparecen en las imágenes fueron asesinadas al comienzo de la Guerra Civil, como Matías Usero, Xaime Quintanilla, Juan García Niebla o Ramón Maseda, entre muchos otros.

En síntesis, como escribió Fernando Redondo: «Los filmes de Bernardino responden siempre a un intento de recuperar, conservar y revivir los momentos felices de la existencia». Ni más ni menos.

Y sin duda, muchas de estas ingenuas y humildes piezas, filmadas apresuradamente por un aficionado autodidacta, contienen en su interior más cine y más verdad que buena parte del cine estereotipado que exhiben las plataformas hegemónicas y el mainstream.

Música interpretada en directo por músicos del Conservatorio Profesional Escola de Música de Tui: Jacobo González Álvarez (piano), Jesús González Rodríguez(acordeón) y Sara Quesado Pérez (clarinete).

 

[1] La información más específica sobre el cineísta puede consultarse en: González, Manolo: O cineísta andarengo. Ediciones Embora, Ferrol, 2025, Redondo Neira, Fernando: Os amorodos de Bergman. Editorial Galaxia, 2019

[2] Odin, Roger: “El cine doméstico en la institución familiar”. En Efrén Cuevas:  La casa abierta.   El   cine   doméstico   y   sus   reciclajes   contemporáneos. Madrid:   Documenta Madrid / Ocho y Medio, 2010

[3] “Cineísta” es hoy un término en desuso, aunque fue muy popular en la década de 1920. De hecho, no figura en los diccionarios de la lengua (ni española ni gallega).