Aloysio Raulino

Primera retrospectiva internacional

Conocí a Aloysio Raulino cuando, a finales de la década de los ochenta, ingresé como alumno en el curso de comunicación social y cine de la ECA-USP (Escola de Comunicações e Artes / Universidade de São Paulo). En ese período la producción brasileña de largometrajes había sido cortada por un decreto del entonces presidente de la República que, disolviendo la empresa estatal de cine EMBRAFILME, redujo prácticamente a cero la cantidad de largometrajes producidos en Brasil. A pesar de no existir ningún horizonte concreto en la continuación de la producción cinematográfica del país, el curso proseguía de forma utópica. Veíamos y debatíamos vorazmente centenares de películas, principalmente rarezas en 16mm y 35mm que pertenecían a la filmoteca del departamento.

De entre estas películas, recuerdo tener acceso a copias bastante precarias de la singular producción de uno de los profesores, Aloysio Raulino. Eran cortometrajes, documentales extraños, muy diferentes de aquellos a los que yo y una gran parte de los alumnos identificábamos con la producción brasileña en los años 60 y 70, marcada en nuestro imaginario por una narración comprometida, omnipresente y didáctica.

Hoy en día he cambiado de opinión respecto a diversas películas que rechacé en aquella época. Pero no cabe la menor duda de que aquellos cortos de Aloysio Raulino fueron los que despertaron mi interés por el cine documental. Curiosamente sus películas no me decían cosas, me provocaban. Más que enseñar, me hacían pensar, cuestionar, querer saber más. Y me empujaban a discusiones apasionadas y extremadamente enriquecedoras. De manera muy particular, yo sentía en el misterio de los cortos de Aloysio Raulino, que la realidad necesitaba ser buscada urgentemente. Y no solamente con los ojos de la razón, ni con armas ideológicas. A partir de sus cortometrajes comprendí que las películas no tienen que agotar sus temas con la claridad fría de los datos objetivos o con la precisión de su retórica. Comprendí que el cine que me interesaba debía abrir puertas, invitando con generosidad al espectador a participar de sus cuestionamientos.

Reconozco hoy la maestría de Raulino al hacer las películas aparentemente simples que tanto he admirado, pues hay un riguroso camino hasta esa simplicidad. Mirándolas de nuevo veo mucho más nítidas las decisiones y la precisión de un maestro. Maestro que, como los grandes, entrelaza la vida y la obra, dejando las huellas de su inteligencia y sensibilidad para señalar caminos hacia la sensibilidad e inteligencia de sus espectadores.

Aloysio dirigió a lo largo de su carrera decenas de películas y vídeos marcados indeleblemente por su personalidad de cineasta y artista. Si hay pobreza y carencias retratadas en prácticamente todos los títulos, en ninguno de ellos existe la menor señal de miseria. Pues sus ojos y su cámara solo dejaban entrever la dignidad de las personas a las que filmó, incluso en aquellos contextos tan adversos, tan elocuentes y tan reveladores de un Brasil subdesarrollado.

A lo largo de toda su obra Aloysio siempre tuvo la grandeza de ver por dentro, de rechazar lo fácil, las obviedades o cualquier tipo de auto-indulgencia. Nunca utilizó el cine para demostrar ideas preconcebidas. Al contrario, se lanzó a la confrontación con el otro, manteniéndose abierto al espanto. Empuñando su cámara, cuántas veces retrató la aparición no del dolor, sino del placer, en los momentos más inesperados… Otros cineastas, sorprendidos, habrían apagado la cámara donde él daba un paso al frente con firmeza y convencimiento, pues no concebía de ninguna manera la vida sin la total libertad del placer.

Después de mi formación, tuve el honor de compartir con él proyectos, así como una amistad cercana. En aquellos años de convivencia entendí todavía mejor su lugar en el mundo, la contribución incalculable de una mirada singular y precisa en un universo cargado de excesos. Aloysio ya no invertía en proyectos propios como director, pero demostraba una enorme alegría participando como director de fotografía en proyectos de directores jóvenes o debutantes. Fue de esta manera, con su talento y humanismo, que Aloysio Raulino nos enseñó diariamente y sin prisas a afinar la mirada y a no disociar, bajo ningún concepto, la emoción del intelecto y de la ética.

Paulo Sacramento es cineasta y socio de Aloysio Raulino en las películas O Prisioneiro da Grade de Ferro (auto-retratos) y Riocorrente.