Laboratorio

Retrato-Espejo

por Marta Andreu

Han pasado cinco años desde que nuestro laboratorio de retrato filmado empezó. El viaje nos llevó del encuentro a la memoria, de ahí, más allá de la deriva, apareció el paisaje. Y hoy llegamos a su fin, y el retrato deviene espejo.

¿Qué hay de cada uno de nosotros en aquello que hacemos? Cuánto llegan a devolvernos de nuestra propia mirada, los ojos de aquellos que miramos? ¿Hasta dónde hablar de la vida de los otros es hablar también de la nuestra? Este año, decíamos, llegamos al final del trayecto. Y sí, todo empieza un día. Y un día todo llega a su término. Pero a veces (todas?) lo que ese final encuentra no es más que algo que vendría a dar cuenta del mismo origen.

La razón por la que empezamos este proyecto tiene que ver con la creencia de que mirar es reconocerse en aquél que tenemos delante, porque al fin y al cabo el otro siempre está delante y lo que hace esa presencia es siempre recordarnos la propia. Ese primer gesto de quien tiene una cámara entre las manos para capturar lo que ve se vincula con el compartir eso visto, descubriendo lo que el otro mira. Y en ese descubrimiento, descubrirse mirando, aprender de todo ello, mirar(se) en el mirar.

Los participantes del laboratorio se han ido reconociendo los unos en los otros (desde detrás y desde delante de las cámaras) y son reconocidos por los demás, nosotros-espectadores, en la caligrafía que ha ido dejando huella de todo el proceso. Las vidas cinematográficas que con ello se han ido construyendo ahí están, fijadas, mostrando que ahí siguen, latiendo. Hoy despedimos la experiencia con ese espejo que seguirá hablando de quien es mirado, pero también de quien mira, y sobretodo de la distancia que ha habido, hay (y no hay... es lo mismo) entre ellos y que se extiende, inevitablemente, hacia los que estamos alrededor de esos momentos de encuentro, de intercambio y que después hemos ido estando delante de las imágenes que los vuelven a presentar, tamizados, distintos pero parecidos.

Quedará de todo ello cinco gestos mínimos (y por ello, grandes), cinco “ida e volta”, cinco años compartidos, entrelazados en momentos que fueron y que al haber sido registrados, no dejarán de volver a ser. Una y otra vez.

Agradecimiento infinito.

Luego, más tarde, más allá, alrededor de la curva... quien sabe... pero la vista ya algo alcanza a ver.

Continuará...